Por Héctor O. Fajardo/
Si no lo somos, estamos a un paso de serlo. La ambición política de la 4T y su tlatoani los orilló a mantener pactos ilícitos con el crimen organizado para hacerse del poder y mantenerse en él ad perpetuam, como en su momento lo hizo el PRI. Solo que el partido creado por Plutarco Elías Calles fue más visionario y recurrió a la institucionalización del país y a la creación de una clase política formada, no solo para ejercer el poder, sino para hacerse verdaderos líderes de la administración pública.
Desde el sexenio pasado, la 4T arribó a la Presidencia y a los cargos de elección popular no solo a través de las peores prácticas electorales y de compra de votos del tricolor, sino que “institucionalizó” la connivencia con las verdaderas mafias. Obsesionados por cimentar su proyecto político en la administración de la pobreza; es decir, mantener en la miseria y la ignorancia a la mayor parte de la población y permitieron que los delincuentes conjugaran sus ilegales actividades con la práctica de la política y el arte de gobernar. Advirtieron de focos rojos sobre la gobernabilidad los militares norteamericanos del Pentágono cuando dieron a conocer que más de la tercera parte del país estaba en manos de los barones de la droga. La 4T perdió la gobernanza y alentó no solo el florecimiento del narcotráfico sino otros jinetes apocalípticos como el lavado de dinero, el tráfico de armas y de personas, el cobro de piso, el secuestro y la violencia.
Precisamente mediante la violencia política es como accedió al gobierno la 4T y permitió el financiamiento de los mañosos en las campañas, la postulación de narco candidatos, como lo confesó cínicamente el propio “gobernador” de Sinaloa, o el asesinato de aspirantes opositores.
La llegada del republicano a la Casa Blanca evidenció la alianza entre delincuentes y autoridades de los tres niveles de gobierno. Más aún, preocupado por el tráfico de fentanilo -el cual fue negado hasta el cansancio por el tabasqueño-, que mata a cien mil jóvenes al año en los Estados Unidos y que se ve no únicamente como un problema de salud pública sino de seguridad nacional, Donald Trump decidió combatir personalmente a los criminales mexicanos, por lo que declaró a estos como terroristas y acto seguido desplegó una estrategia de espionaje mediante aviones no tripulados y el despliegue de barcos y portaaviones frente a los costas mexicanas. Lejos de que el gobierno nacional se hubiera sumado a esa iniciativa de combatir frontalmente a los mafiosos y hacer transparente una colaboración, la inquilina de Palacio Nacional se envolvió en el lábaro patrio y so pretexto de la soberanía ¡defiende al Mayo Zambada!, el barón de la droga más buscado por el gobierno mexicano desde hace años y sustraído de territorio nacional con la complicidad del dizque mandatario sinaloense.
Sin duda, la presidente perdió el manejo de la agenda mediática y en las últimas semanas se ha dedicado en las mañaneras del pueblo – metáfora soviética-, a defenderse, defender a su mentor y a su movimiento con discursos patrioteros y arengas para que el ciudadano realmente bueno y trabajador se apreste a un ridículo grito de guerra. Si realmente nos invadieran los gringos, la bandera de las barras y las estrellas ondearía más rápido en Palacio Nacional que cuando entraron por Veracruz o durante la intervención francesa. Ni la burocracia guinda ni sus líderes se enrolarían. Son buenos para manipular a los pobres, pero cobardes para defender a su país.
Puede estar seguro el neoyorquino que la mandataria obedecerá todas las instrucciones, aunque en ello vaya la ruptura con el crimen organizado. Negociará el silencio del “Mayo” y buscarán nuevas estrategias para cooptar el voto de los pobres sin la ayuda de los narcotraficantes.